C I N E T E C A V I D A
p r e s e n t a
CICLOS DE CINE - TEMPORADA 2012
Boulogne Sur Mer 549
cinetecavida.jimdo.com / Tel: 49 63 75 91 / cinetecavida@gmail.com
Bono contribución : $ 15.-
Martes 25 de Junio a las 20:15hs.
CARTAS DE
UN HOMBRE MUERTO
Dirección: KONSTANTIN LOPUSHANSKY
Título original: Pisma myortvogo cheloveka / Guión: Konstantin Lopushansky, Vyacheslav Rybakov y
Boris Strugatsky / Música: Aleksandr Zhurbin / Fotografía: Nikolai Pokoptsev /
Montaje: T. Poulinoi / Sonido: Leonid Gavrichenko / Producción: Yelena Amshinskaya y
Vikror Ivanov / Productora: Lenfilm Studio
Origen / Unión Soviética, URSS / Año: 1986 / Duración: 88 minuto /
Formato original: 35 mm / Formato de proyección: DVD
Elenco:
Rolan Bykov, Iosif Ryklin, Viktor Mikhaylov, Aleksandr Sabinin, Nora Gryakalova, Vera Mayorova,
Vatslav Dvorzhetsky, Svetlana Smirnova, Nikolai Alkanov, Vadim Lobanov y otros.
(…) La trama trascurre en un pueblo después de una guerra nuclear causada por un error computacional y la falla del operador para prevenir el lanzamiento de los misiles — alcanzó a percatarse del problema, pero choqueado no alcanzó a dar las órdenes necesarias para evitar el desastre. El lugar fue destruido y contaminado por la radiactividad. Comenzó el estado de sitio y la selección de los más fuertes y sanos para ingresar al bunker central
El personaje principal- interpretado por Rolan Bykov- es un físico ganador del Premio Nobel, refugiado en el sótano del Museo de Historia junto a otros científicos, algunos de sus funcionarios y un pequeño grupo de niños de un orfanato que con su mutismo castigan la estupidez suprema de los adultos que llevó a la destrucción del mundo. El físico pasa la mayor parte del tiempo escribiendo cartas a su hijo Erik, que evidentemente murió en el desastre nuclear. Junto al resto de los sobrevivientes, discurren sobre el significado de la hecatombe y si es éste el fin de la humanidad.
Tras la muerte de su esposa y el suicidio de uno de los científicos refugiados, decide mudarse al refugio central, de donde escapa para hacerse cargo de los niños huérfanos, y entregarles la última esperanza, devolviéndoles así el habla.
A su muerte, los doce niños sobrevivientes retornan a la superficie del mundo devastado creyendo en sus últimas palabras: «Recuerden. El mundo no ha muerto... Váyanse y caminen hasta que se les agoten las fuerzas. Porque el hombre que camina siempre tiene esperanza».(…)
(…) En Cartas de un hombre muerto Lopushansky nos presenta una sociedad que ha llegado al fondo del abismo. La suerte ha determinado el triunfo de la acción caótica. Ante tal situación, es preciso preguntarse por la culpabilidad de cada cual en la consumación de la debacle. En efecto, Larsen aparece como el humanista que acepta su culpa pero que no se queda lamentándose, sino que busca construir nuevas utopías. Sus reflexiones están cargadas de reclamos, de enjuiciamientos, de llamados de atención hacia las futuras generaciones. Rolan Bykov, encarna con maestría el papel de Larsen. Su fuerte personalidad y su larga trayectoria en el Teatro de la Universidad de Moscú y en diversos filmes (como actor y como director), le dan gran confianza para asumir la metamorfosis y representar al científico con gran altura.
El virtuosismo técnico que le imprime el equipo de producción a la película, es una clara muestra del alto nivel desarrollado por la escuela soviética. Desde el primer plano (detalle de la intensa luz de una bombilla) la cámara inicia un periplo sumamente revelador, a la manera de un testigo que muestra la realidad de los horrores, sin recurrir a otros artificios. Los sutiles encuadres y las diversas tonalidades que explora, no están dirigidos a generar complicadas interpretaciones de la imagen, sino a desnudar la crudeza de la propuesta conceptual. El barro, los escombros, el polvo y los cadáveres, son retratados por la cámara con tal sobriedad, que parecieran imágenes documentales, las cuales están montadas con planos alternados de interiores, donde se vive la zozobra de la espera, del mutismo, de la catalepsia, de la afasia.
Sin duda, la labor de los decoradores y demás escenógrafos es valiosísima, pues con chatarra y tierra arenosa crean el ambiente idóneo para remitir a la destrucción que ahora domina el globo terráqueo.
De igual forma, la banda sonora es expresiva del proceso caótico que acompaña la imagen; hay distorsiones, estridencias, gritos, explosiones, cantos corales, voces con resonancia, y un reiterado fondo con obras de Gabriel Fouré y Olivier Messiaen. (…)
(…) En este sentido, uno de los mayores logros cinematográficos fue de factura soviética: la desgarradora y misteriosa: Cartas de un hombre muerto(1986), dirigida por Konstantin Lopushansky. Es una película directa, sin pretensiones filosóficas ni recursos metafóricos: aquí todo se dice a las claras. El mundo se ha ido al traste por culpa de las armas nucleares y la gente vive encerrada en sótanos, casas y edificios aislados, huyendo, como pueden, de la radiación. El protagonista, un físico ganador del premio Nobel (que se siente culpable por pensar que podría haber evitado el desastre) escribe constantemente cartas a su hijo Erik, fallecido durante la tragedia; a lo largo de las cartas, el físico expone a su hijo su incredulidad real y moral de que la vida humana esté llegando a su fin. Junto a él conviven otros científicos, niños y otro tipo de personajes sociales, quienes, para salir a la calle y trasladarse de un lugar a otro tienen que enfundarse en un traje y máscara protectoras.
Es una película que no oculta sus intenciones: ser una feroz crítica política y ecológica, con un mensaje verosímil (alejado del ñoñerismo facilón) donde se denuncia igualmente a una burocracia opresiva e inhumana como al riesgo evitable al que la clase política mundial exponía a los habitantes del planeta con su actitud pendenciera y poco conciliadora, tanto los estadounidenses como los soviéticos. Esto marca una diferencia importante frente a otras películas del mismo género, como, por ejemplo, El día después, en las que directamente se hace culpable del desastre a uno de los bloques en los que en esa época (la Guerra Fría) se dividía el planeta geopolíticamente. Un mensaje que queda patente en una de las cartas del profesor: «Las ambiciones políticas adquirieron un carácter de ambición paranoica… El arte se hizo por completo antihumano y en vez de educar, embriagaba, favoreciendo los gustos más viles. O sea, decayó bruscamente el sentido de la responsabilidad, quizá el principal sentimiento que distingue al hombre del animal, y de Dios.» (…)
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