sábado, 10 de noviembre de 2018

ALBERTO CLOSAS: LA ELEGANCIA DE UN COMEDIANTE

Presentamos como adelanto un fragmento de uno de los capítulos del libro Homenajes III, dedicado a las glorias del cine nacional, escrito por especialistas e historiadores. El volumen estará disponible en Mar del Plata, en los stands de atención al público del Festival.


Resultado de imagen para Alberto ClosasAlberto Closas Lluró nació en Barcelona el 30 de octubre de 1921. Su padre fue ministro de la Generalitat de Cataluña durante el gobierno de Lluis Companys (1932). La Guerra Civil hizo que junto con su familia se refugiara en París, de donde emigró al poco tiempo –en diciembre de 1939– ante el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. El destino elegido fue Chile pero, estando de paso en Buenos Aires, un tío (“Como todo español que se precie, tenía un tío en estas tierras”, solía señalar con su inconfundible gracejo) les sugirió que se instalaran en la Argentina.

Hacia 1991, Closas le recordaba su llegada a nuestro país a Javier Barreiro en El Periódico de Aragón: “Nací en Barcelona, sí, pero elegí vivir en la Argentina por largo tiempo y con ella estoy en deuda. Lo mismo que toda la caterva de refugiados a los que recibieron con los brazos abiertos y, tal vez, nosotros no hemos correspondido al necesitar ellos apoyo en su tragedia. Cuando en 1939 mi hermano Jorge y yo llegamos a París, en un país en guerra –estando en edad militar y con un pasaporte caducado de un país existente pero con un gobierno inexistente–, en el consulado de la Argentina nos dijeron que el ser españoles era el mejor pasaporte para hospedarnos. He sido un hombre que parece haber hecho un pacto con la suerte ¿verdad?”.

Despuntando ya su vocación, en 1940 subió por primera vez a un escenario con Joan Dalla de Angel Guimerá, obra representada en catalán por el elenco amateur del Casal de Cataluña y ofrecida en el salón de actos de la Biblioteca del Consejo de Mujeres -hoy Teatro del Globo-, con dirección de Ernesto Vilches. Ante la oposición familiar de que optara por la carrera artística (“Te propones arrastrar nuestro nombre”, le dijeron), se dirigió a Chile, donde montó una agencia de publicidad al tiempo que ingresó en la Escuela Municipal de Arte Dramático que dirigía Margarita Xirgu y que dependía del Departamento de Extensión Cultural del Ministerio de Educación de ese país. En una conferencia brindada en la Peña Lemos, en Barcelona, 1970, refirió así su encuentro con la notable actriz y directora catalana: 

Cuando la conocí, lo primero que le dije fue: «Quiero ser actor». Ella me miró y me replicó: «¿Por qué?». Yo empecé sin vocación y pensando que en este oficio no se trabajaba, así que le contesté que mis necesidades eran mayores que las que me podía pagar trabajando en una oficina y, además, que me podría acostar y levantar tarde que es lo que a mí me gusta y ganar dinero sin trabajar. Siguió mirándome fijo y volvió a preguntar: «¿Cuántos días aguantas sin comer?». Entre el hambre que había pasado en la Guerra Civil y en el destierro le dije: «Todos». A lo que me respondió: «Serás primer actor, hijo mío». A ella le debo lo que sé. Era una mujer maravillosa. Sus ojos negros, profundos, penetrantes, perforaban cuando miraban. Como diría Casona, tenía la mirada más linda que los ojos... Y las manos... dibujaban en el aire cuando las movía... Atesoro que siempre, cariñosamente, me llamara el noi, chico en catalán.

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Egresado en la primera promoción de la citada Escuela –junto con su hermano Jorge–, Alberto debutó con el elenco de la Xirgu en el teatro Municipal de Santiago de Chile representando El embustero en su enredo de José Ricardo Morales (1944). Chile le posibilitó, además, su primera experiencia cinematográfica: mientras cursaba sus estudios actorales fue elegido por Patricio Kaulen para cubrir uno de los personajes de su opera prima Nada más que amor. Su segundo film, Pa’l otro lado, fue también chileno aunque rodado en Buenos Aires, dado el bajo arriendo que Francisco Canaro -propietario de los estudios Río de la Plata- le cobró al director y productor José Bohr: la filmación se realizó entre octubre y noviembre de 1942, conociéndose tardíamente en la Argentina en 1947 con el título de 27 millones.


“El loco Closas” se enamora de Buenos Aires

Siempre de la mano de doña Margarita, su insigne maestra, se presentó en el teatro Avenida, de Buenos Aires, con El adefesio de Rafael Alberti, estrenada el 8 de junio de 1944, obra que fue seguida por Bodas de sangre y Yerma de Federico García Lorca y La dama del alba de Alejandro Casona. Su trabajo en esta última pieza movilizó a los directivos de Argentina Sono Film para que interviniera en Cristina, acompañando a Zully Moreno, que a la postre fuera su amiga de toda la vida. Simultáneamente, Estudios San Miguel se interesó en él para integrar los elencos de La honra de los hombresMaría Rosa y La pródiga, esta última dirigida por Mario Soffici en 1945 y estrenada en 1984, demora que tiene como justificativo el hecho de que, a poco de finalizar el rodaje, la protagonista –Eva Duarte– ya convertida en esposa del presidente Juan Domingo Perón, pasó a desempeñarse en el campo político y social.

El actor recordaba que Buenos Aires bullía por aquel tiempo: 
"Yo tenía poco más de veinte años. Me miré al espejo… Soy alto, moreno, ojos celestes… guapo, me dije. Salí a la calle, vi luces… luces por todos lados. Era la otra cara de la moneda con respecto a las persianas cerradas, el silencio, el miedo de la guerra que había vivido en Europa. Destilé mi incorregible afición por las mujeres y las juergas. Aposté a la vida y la aproveché al máximo. Era para todos «El loco Closas». Un «galleguito» de temer. El dinero no me importaba nada… ¿Se me antojaba una camisa en Brighton? Pues ¡a comprarla! Aunque en honor a la verdad, esa era sólo una parte de la historia… Buenos Aires era también las maravillosas tertulias del café Ateneo, donde nació Artistas Argentinos Asociados y en torno a cuyas mesas se juntaban Enrique Muiño, Elías Alippi, Francisco Petrone –la estrella del momento, triunfador en Todo un hombre–, Ángel Magaña, Lucas Demare, Enrique Faustín… La amistad tan típicamente porteña siempre dispuesta a prestarse media «fragata» ($500) porque una «fragata» era mucho. ¡Los amigos! Magañita, Héctor Méndez –su mamá hacía unos tallarines riquísimos–, Sebastián Chiola, que había obtenido un suceso personal con Apenas un delincuente y de golpe, tan joven, enfermó de cáncer y se fue a morir a su Rosario natal… y allá nos fuimos todos a acompañarlo: «¡Sebastiancito, que hemos venido para apurarte a que te cures cuánto antes!». Las bocas llenas de risas. Chiola vivió diez días más. Eran tiempos de mayor solidaridad, de afecto… Conocí y disfruté un Buenos Aires en el que convivían María Teresa León, Rafael Alberti, Alejandro Casona, Álvaro de Albornoz, Francisco Ayala, León Felipe, por no hablar de Jules Supervielle o de los intelectuales porteños. Vale más llegar a tiempo que estar invitado y eso me ha pasado a mí. Esta es una tierra que me ha dado mucho".

Mario Gallina
Fragmento incluido en el libro Homenajes III, que estará a la venta durante el Festival

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